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Ignacio Rodriíguez es cantante de música llanera natural del Tigre, Anzoategui, Venezuela
Ignacio Rodríguez

Ignacio Rodríguez

Está uno agarrando una camaza de agua a orillas del río Caris, cerquita de puente Chori, para regar unas matas de tabaco y un maicito pollón, que retuercen las hojas con esta ida y venidas de agua que a ciencia cierta no se sabe, cuando es ciclo de lluvia o arrecia la sequía, y entre las sombras del sol rojizo de la tarde moribunda, en la puerta del alambrado un jinete le saca la pierna a la silla de la montura.

El caballo forrea, las perdices se espantan y vemos que se acerca una figura, una estampa de llanero, con la jerarquía del hombre que nace en la Mesa de Guanipa. Se le oye silbar y al estar más cerca, saluda gritaíto y sabemos que se trata de Ignacio Rodríguez, popularmente “mapurite”, amigo y cantante de la música llanera desde que era niño, nativo de El Tigre y donde ha seguido los pasos de aquellos primeros jerarcas de la canción venezolana en esta ciudad, estirpe que todavía muy bien representa Teresita Piñero.

-¿Qué hace, porahi, valecito?, es la pregunta necesaria, después que se sienta sobre un ramo de alcornoco gacho.

-Es que aproveché un espacito del tiempo, para salir a sabanear unas canciones de mi nuevo disco “Como bendición de madre”, que desde ayer tarde se me desgaritaron y se quieren andar promocionando solas, realengas, toditas andan así, como en efecto se llama el trabajo discográfico.

-No hombre, déjelas que sigan su camino diciendo lo tienen que decir, entusiasmándole el corazón a los que las escuchan y calentando el oído a quienes les gusta el pasaje enguayabado, el golpe jocoso, el joropo reventón en los que se dicen las cuatro verdades de la vida. No tema si todas andan en tropel, eso quiere decir que no tienen desperdicio y a la que el oyente le tire el lazo al paso del rebaño, esa será la mejor, hay para todos, como racimo de cambur maduro guindado de una mata a la intemperie de los pájaros.

-Lo que pasa, es que yo quería que fueran entrando en hilo por la puerta del corral de la promoción, primero “Como bendición de madre”, que es de Rafael Quintana y después “Lo mejor es que me vaya” que es de Andrés Pulido. Pero ya ve, se han soltado y a veces, sin barajustarse mucho, suena “El golpe del mapurite” que es de Alcides Pérez; otro día “Criollo como el bahareque”, que es de Edgar Cárima o “Realidades de la vida” que es de Andrés Pulido; y cuando uno menos piensa, después del canto de gallo, bien de mañanita, uno se despierta colando café con “Jardinero de tu amor” que es de José Gregorio Mogollón y cuando se ha echado unos palos, nada mejor que “Corazón de hierro y yeso” que es de Cheo Roldán.

-Caracha, coplero, pero deje esas “bichas” regadas. Antes de grabarlas eran suyas. Ahora son del pueblo. Esas van como las semillas al viento, son las mensajeras de buena siembra para su voz.

Y más si sabemos que esas melodías vienen tejidas por la maestría instrumental del grupo Imagen Llanera, en el que Jhonny Zamora se apoya el arpa en el hombro; Luis Machado con el cuatro en el pecho; Miguel Rodríguez cascabeleando los capachos y José Ángel Zamora, registrando los aceros del bajo. Es más, y después de cuatro años sin verlo con algo nuevo por estos predios, nada mejor que “una bendición de madre” para reafirmar sobre el territorio venezolano que a usted le sobra casta y que el llano necesita de sus canciones regadas, y acopladas, así como están en este disco, para ratificar que la Mesa de Guanipa pare artistas que crecen y crecen, demostrando calidad a través del tiempo.

Ahí le dije: pasé adelante, que mi rancho es un criollo bahareque, y aunque a usted lo llamen “mapurite” ya sabemos que es un gallo para cantar y su límite es el cielo y su tarima, toda esa tierra extendida como una inmensa palma de mano en la que se hace inmortal el canto de los hombres de buena voluntad. Enhorabuena.

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